Necesitamos cincuenta minutos para convertir un mar de lágrimas y sollozos en un tono de voz que transmitía una sonrisa al otro lado del teléfono.
Por mi parte fue complicado mantener silencios y no llenarlos de palabras y frases. ¡Qué complicado es manejar ese tiempo vacío de sonido, pero tan lleno de conversaciones internas! Mi cabeza intentaba encontrar respuestas adecuadas, formular preguntas inspiradoras y todo lo aprendido se agolpaba por salir fluido.
Mientras, él buscaba, entre una maraña de emociones, el orden adecuado y la claridad precisa para poder transmitirme con precisión lo que estaba viviendo.
Así que mandé callar a todas mis voces internas. Arrinconé toda la teoría aprendida, dejé de buscar palabras escurridizas y preguntas atinadas y me ordené silencio. Cerré los ojos y me dejé llevar centrada solo en el ritmo de su conversación con todos sus silencios.
Poco a poco fueron llegando a mi cabeza metáforas e imágenes que iban complementando el dialogo y al ser expresadas en el momento adecuado alumbraban el camino que juntos estábamos recorriendo.
Quizás sostener el silencio no sea más que crear el espacio preciso para ajustar las coordenadas adecuadas y que el corazón tome el mando.
Rosa de la Fuente Valés, voluntaria del Teléfono de la Esperanza en Asturias